sábado, 7 de julio de 2012

Érase una vez...

Érase una vez...una hermosa princesa que estaba en su castillo jugando con una rana. Mil carcajadas y un solo juego. 
La rana abre la boca y mirando al sol amarillo espera a que la princesa le enceste en su garganta un anillo. Un anillo dorado que no es un anillo cualquiera, tiene dos alas para poder volar y así engañar la tirada.

Se ríe el anillo y queda rodando sobre la mesa mientras se enfada tanto la rana como la princesa. El príncipe azul no apareció en un caballo blanco. Ella lo invitó, un poco atrevida y soltando la melena, a una majestuosa cena. Él, llegó muy temprano deseoso de conocer a la doncella y se quedó de piedra cuando vio que era exageradamente bella.


Y no es una expresión, lo cierto es que en piedra se convirtió a dos metros de la mesa. ¿Cómo seguirá la historia si el príncipe no la besa? Pasaron los días. La princesa comía sola, lo miraba y a veces le decía hola pero la piedra no contesta pues no es una caracola. Le preguntó a la rana ¿qué hacer? y muy nerviosa jugaba con el anillo, le daba vueltas en el dedo mientras buscaba alguna solución que no le diera miedo.


-Resulta- le dijo la rana -que podría yo darle un beso para ver si deja de ser de piedra.

-Inténtalo- le dijo ella mientras con un empujón la animaba. La rana, de un salto, llegó a la mejilla del muchacho y después de darle un beso, ni dejó de ser piedra ni nada de eso.

-Pero alguna solución habrá- dijo algo desde el dedo de la princesa y que tenía un dorado brillo.


-Es cierto- dijo ella,

-¿para qué tenemos en esta historia a un hermoso anillo?- Lo sacó de su dedo y poniéndolo en la palma de la mano lo elevó al cielo. El anillo comenzó a agitar sus alas y se acercó al príncipe.


                                     
Buscó su mano y entre puedo y no puedo se colocó al fin en un dedo. El príncipe despertó y un poco confuso se quedó. Se presentaron todos los personajes y para cenar se vistieron con elegantes trajes. Ella nunca le contó lo que había pasado. La rana se sentó con ellos como si no hubiera ocurrido nada.

El anillo siguió volando, de un dedo a otro y a veces escapando. El príncipe, como todos sabemos, ya no se alejó de la princesa. Y, aunque con los años, ya ancianos, a los dos les salieron varices, debemos terminar esta historia con …Fueron felices y comieron perdices.

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